Nada más bajar del coche me sorprendió la fachada del monumental edificio cuya sobriedad quedaba partida en dos por la churrigueresca portada esculpida en piedra extraída del Cerro “Cabeza de Griego” traída de la próxima Segobriga.

La belleza de la portada pasó a segundo plano cuando comenzamos a presentarnos y saludarnos. Algunos “hola, qué tal” y algún sentido abrazo con Rafael; Jóse y Mari o Mariano y Josefa con los que compartí el Camino de Santiago. La diligente y previsible Alicia nos asignó habitación y bajamos a cenar al refectorio en cuyo techo había un artesonado en madera de “pino melis” de estilo plateresco con treinta y seis casetones con bustos de otros tantos maestres; priores y caballeros. Indagué sobre un casetón que correspondía a Álvaro de Luna, maestre de la Orden, que contenía una frase relativa a la muerte: “Vosotros, nobles varones, sabed que a nadie perdono”. ¡Buen recordatorio!
Lo mejor comenzó después de la cena. La oración en el claustro bajo un cielo estrellado. Sobre Isaías: “¿Veis que hago un mundo nuevo? ¿No lo notáis? Ya surge, ya brota”. Elisa, sin duda, era uno de esos brotes. Nos presentamos y descubrí a una gran familia compartiendo la oración.
Llegó el sábado. Desde la mañana dando vueltas sobre los objetivos a lograr. Llegaron Auxi y Pili, compañeras del Camino. Gocé de la fortuna de ser del grupo número cinco: Jacinto, recordando y reconduciendo la reunión, Pepe, Olga, Sagrario, un portento de prudencia y de dulzura, Pili y… Bart, el artista, el informático, el del punto sobre las íes. En fin, una gozada de grupo. Todavía trabajamos alguna sesión más. Verdaderamente una gozada. Se empezaban a apreciar los brotes nuevos.

La tarde, muy densa de contenidos comenzó distendida para solaz de todos, viendo los cuadros de pintores clásicos enmarcando los rostros de muchos de los que allí estábamos y que la maestría de Bart había elevado a protagonistas. Continuó con la presentación del Proyecto de Torodí en la que Lola, Piliqui y Carmen echaron el resto. Lograron que interiorizáramos la necesidad de ese proyecto. La Catequesis Familiar de los matrimonios jóvenes nos entusiasmó por la seriedad de sus planteamientos y la seguridad que se desprendía de las palabras. Luego, la cena y una sobremesa en el pueblo antes de retirarnos a descansar.

Y llegó el domingo. Primero la Eucaristía que celebró el “Pae” y en la que todos nos vimos invitados y concernidos. Fue un chute de ilusión para continuar.
En la reunión en que había que pasar de las musas al teatro; de poner pies a los proyectos, de nuevo surgieron los que ya se habían significado por su entusiasmo. Jacinto manifestó cómo podían involucrase las familias; Paco, tan diestro en el cambio de pañales como en arrastrar a todos con su verbo encendido y envolvente y David y Leyre aportando sus conocimientos y experiencias para aprovechar a tope las redes sociales, fueron dejando claro que involucrarnos era la única salida para hacer exitosos los objetivos.
Después, la comida y… la despedida. El viaje dio para mucho y no fue, en absoluto, aburrido.
Ya en Zaragoza, rememoré los versos de Quevedo, preso en las mazmorras subterráneas de Uclés:
“Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, la ánima mía.
Desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo” Miguel Ángel Muñoz Cuesta
Zaragoza, 14 de septiembre de 2016. |